El Puig Mayor y las cucarachas mutantes


El Puig Mayor es un pico sin cima. Un monte decapitado, amorfo y rocoso. El omnipresente vigía que domina toda la sierra de Tramontana solo mide 1445 metros. Ya que le amputaron vilmente, y con toda la fuerza de la dinamita, cinco de sus infinitos y ponderados metros.
 
Cuando los USA-boys desembarcaron en el Puerto de Soller, allá por la primavera de 1963, deslumbraron a una isla de Mallorca que despertaba al turismo. Donde brillaban los hoteles de lujo erguidos con prisa en las costas que antaño eran despreciadas y deshabitadas.

Según cuenta la historia autóctona, los hijos con más luces heredaban de sus padres las mejores tierras de labranza. Los menos privilegiados por la naturaleza, las costas salinas. Al cabo de unos años los desafortunados vástagos se convertirían el la exultante clase empresarial hotelera que hasta el día de hoy continuan reinado.
 
En aquellos años la paradisíaca perla mediterránea despertaba a los placeres prohibidos traídos desde tierras lejanas. Los más jóvenes descubrían el turismo, en especial el nórdico. Más precisamente a las insaciables suecas de curvas prominentes, glúteos rígidos y largas coletas rubias que mecían al viento como yeguas en celo.
 
Los Usa-Boys aparcaron sus buques de guerra en el paradisíaco Soller, destellando con su influjo exótico, sus ojos azules, su piel rozada, y sus toneladas de heroína. 

Nos robaron un trozo del Puig Mayor donde asentaron su base de radar para tener controlados a los enemigos bolcheviques, que a su vez eran archienemigos del pequeño generalísimo, por cierto.
 
Junto a ellos, también bajaron de sus buques sus cucarachas. Terribles engendros insectívoros de casi un palmo, que no encontraron gran resistencia en las tímidas cucarachas nativas.

Al cavo de un par de años los insectos anglosajones eran los reyes de las alcantarillas, de los sumideros y de cualquier despensa mal vigilada.

Y ellos se marcharon, con el sonido estridente de sus clarinetes. Aquella mañana nevada recogieron sus radares, cortaron con radial sus torres de telecomunicaciones, abandonaron a más de una desconsolada novia mallorquina y pusieron rumbo para Oklahoma. 

También se llevaron los Ovnis, ya que desde aquellos años las enigmáticas luces azuladas no volvieron a surcar los cielos de la Tramontana. Gracias a Dios, con ellos desaparecieron ademas la extraña y desquiciada fauna ufológica que trepaban a los picos para obtener revelaciones misticas.
 
Eso si, nos dejaron sus recuerdos y cariños, y también a sus cucarachas mutantes. Asquerosas al principio, pero una vez que las vas conociendo y aumentando el trato con ellas, hasta se le toma cariño a las muy repugnantes. 

Yo les he puesto nombre a un par de ellas que siempre me esperan a la entrada del cuarto de baño. Ademas me he impuesto como tarea para este año enseñarles a saltar una pequeña cuerda, colgarles un cencerro para mantenerlas localizadas e intentar comunicarme a través de señales. Y algunas cosas más que ya se me irán ocurriendo para con estos "entrañables animalillos yankys".



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