La misma lluvia



Campos, Mallorca. Otoño 2011.


No dejo de asociar involuntariamente esta lluvia que hoy choca impredecible contra los cristales sucios, arrastrando toda su sencillez hídrica, con aquellas otras que me recuerdan las pesadas nubes oscuras que descargaban su furia fría sobre mi pequeño pueblo pre patagónico.

Pero la lluvia sobre una isla se comporta de forma distinta, casi caprichosa. Difícil debe ser para el temperamento de una tormenta pasajera acertar sus pesadas gotas sobre un trozo de roca que asoma en medio de un mar embravecido. 

Complicado puede resultar a esas nubes nerviosas divisar la tierra desde aquellas alturas y más aun, divisar esta Mallorca  muy bien protegida del viento de Tramontana por una sierra que precisamente lleva ese mismo nombre.

Pero las nubes son solo eso, un fenómenos atmosférico que condensan la humedad hasta reventar en sus entrañas el agua que todo lo baña. No piensan, no sienten, no pueden poseer el recuerdo de cada gota que han transportado en su vientre. No pueden identificar la procedencia de cada evaporación, porque de poder hacerlo tal vez parte del caudal hídrico que cae hoy sobre mi cabeza haya sido recogido en mi pequeño pueblo olvidado. Desierto en el invierno, moribundo en las siestas de verano, abandonado por el impulso emigrante de sus jóvenes y a más de 15.000 kilómetros  de aquí.

Si estas nubes poseyeran la facultad, ingrata a veces, del recuerdo o de algún tipo de memoria sabrían si estas gotas surcaron alguna vez como ríos embravecidos las calles de mi  pueblo. Sabrían si arrastraron con su viscosa piel los barcos de papel que arrojábamos cuando éramos niños los días de lluvias torrenciales y a los cuales seguíamos calle abajo. Cuando solo nos protegíamos con un plástico en la cabeza esperando ver a nuestros navíos perderse en algún mar imaginario.

Como un melancólico atemporal, hoy me asomo a mi ventana bañada por las nubes esperando ver a los niños arrojando sus barcos de papel. Jugando a ponerles nombre y estandarte, persiguiéndolos calle abajo para verlos desaparecer en ese mar. Pero allí ya no hay nadie.

Hoy esos juegos de antaño ya no son necesarios. No son indispensables para estos nuevos niños que desconocen por completo la desesperación casi enfermiza con la cual esperábamos los días de lluvia.  Estos niños que jamás saltaron en medio de un charco marrón, bajo una lluvia fina y fría. Ellos ya no cantan a coro las canciones piratas mientras acompañan el suave viaje de sus navíos por las calles inundadas.

Hoy ya no es necesario sentir el aire gélido y húmedo, palpar la lluvia salvaje, digerir la angustia amarga de ver tus barcos sucumbir a las corrientes en la intersección de dos calles.

Hoy poseen esos curiosos engendros que producen adrenalina sintética, recuerdos ficticios y  sabores edulcorados. Esos chismes que los conducen por los laberintos de las falsas experiencias, que les privan del sabor de la lluvia cayendo sobre sus cabezas. Y que los aleja definitivamente del aroma a tierra mojada y pinos verdes, de esas tardes de otoño de nubes fundidas y plomizas que ya nadie parece disfrutar.


Comentarios

  1. Me has hecho recordar mi niñez mi querido amigo, he recordado como nos poníamos debajo del alero del tejado para beber del agua que de allí caía en los días de tristeza celeste. Si a día de hoy una madre ve a su querido retoño hacer tal cosa, como mínimo le inyectará todas las vacunas existentes. He recordado lo feliz que era con..............nada. Gracias

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